El 2023 ha sido un año que pasará
a la historia por acontecimientos que han generado la atrofia moral de un
Presidente de Gobierno que vive en el precipicio de la sostenibilidad del
decoro y adquiere por méritos propios la cátedra de la mentira para engrosar su
currículo. Cuando un político ejerce la farsa tiene garantizado el descrédito y
la desconfianza del pueblo.
El Banco de Alimentos y las colas
del hambre son el banderín de
hambrientos de la conciencia. Una lacra que se mantiene en el tiempo sin que
haya tiempo para que la dignidad tenga el suyo.
Los pensionistas siguen viviendo
con las limitaciones propias de ingresos que minan la decencia de quienes
merecen el trato del que carecen. Una vergüenza sin paliativos.
No se puede obviar la errática amnistía a Puigdemont y su séquito de un bienhechor que desmide en sus medidas y cuyo despropósito pasará los anales de la historia. Y en el horizonte el independentismo convirtiendo al Presidente en la vida latente de un prestamista que rompe los esquemas de lo integro.
Ucrania, Israel y Palestina son
el espejo de la vergüenza ajena y el mundo contempla la vileza con más ceguera
que determinaciones que pongan fin al infierno que están viviendo. De nada
sirve tanto doctor político en la ONU.
Otros infiernos hemos contemplado
entre fuegos, volcanes, tsunamis y riadas para mostrarnos la violencia de la
naturaleza y la fuerza de la debilidad humana.
En Torrent hubo cambio de
Gobierno y la permutación nos enseñó las aristas de formas de otros tiempos,
falta de seriedad en atención a los ciudadanos, barreras para entrar en la Casa
del Pueblo y un Gobierno folklorista, de traca y fuegos artificiales.
Año siniestro en mayúsculas y el
ser humano sigue con voracidad depredadora destruyendo todo lo que construye.
¿Será humano?
FELIZ AÑO NUEVO.
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