sábado, 1 de agosto de 2020

MICRORRELATO - AMALIA


Amalia se levantaba a las seis de la mañana y después del desayuno emprendía el camino que la llevaba a la finca de su padre para ayudar en las pesadas tareas agrícolas y tratar de mitigar el dolor de la reciente pérdida de su madre. A su llegada, los buenos días a su padre encontraba el eco de un silencio ensimismado en la  soledad que los dos compartían porque el sufrimiento no necesita palabras. Amalia se encargaba de sacar el rebaño de trescientas ovejas y pastorear a lo largo del día con su mochila a cuestas y su perro León. A las 10 de la mañana hacía un alto en el camino para almorzar, recobrar fuerzas y seguir en ese mundo de la naturaleza donde el olor a romero y espliego oxigena el alma. Transcurría la mañana con paso lento y la bonanza del tiempo apacible con la compañía del Abejaruco y la Abubilla para distraer la mirada y ver la acrobacia de sus vuelos. El tiempo pasaba y la hora de la comida ponía fin a una mañana que pedía descanso. Mientras, León vigilaba el rebaño y Amalia recobraba energía después de su merecida siesta. Con la tarde nublada hacia acto de presencia una ligera llovizna y el rumbo al encierro en la barraca del rebaño. Braulio, su padre, esperaba a Amalia sentado en un banco de piedra, el botijo mugriento al lado y el trago de agua fresca para aliviar sudores y fatiga. De regreso a casa la mudez ponía acento al retorno porque el agotamiento físico y mental debilitaba el agónico léxico. Una vez en casa, mochilas, albarcas y aperos quedaban al pie de la cama esperando el próximo amanecer. Braulio, devoto de las patatas fritas y huevos, cenaba al compás del tiento de vino de bobal y mirando de reojo a la cama que pedía a gritos su merecido descanso. Mientras, Amalia, preparaba el sustento del día siguiente entre merenderas con el siguiente menú: tortilla de patatas, pimientos, tomate frito, embutido y el trozo de tocino para afilar la navaja de Braulio. Eso sí, con la sagrada bota de vino para apagar la sed de un desierto que humedecía las lágrimas del recuerdo.

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