martes, 2 de noviembre de 2021

VIAJE AL EXTASIS - ALCALÁ DEL JÚCAR

Le faltó a Camilo José Cela en su viaje por La Alcarria visitar Alcalá del Júcar, porque la belleza del pueblo bien merece alguna página de ilustres de la pluma. Ayer estuve allí invitado por mi amigo Paco Cubas, con las respectivas mujeres, y quedé maravillado de ver una joya in situ que hizo la delicia del día. Dio comienzo el día con un almuerzo en Villatoya para degustar chorizos y morcillas de orza y patatas a lo pobre regados con un buen vino al compás de un día nublado y ligera llovizna que agradecía el cuerpo y el alma. La pausa matinal nos resucitó y compartimos un momento que a veces hace falta para que lleguen otros. Con el estómago lleno enfilamos el camino comentando la exquisitez del embutido y la vida que genera estas excursiones que siempre suelen llenar vacíos. Llegamos a las Eras, donde mi amigo Paco hizo la mili de la juventud disfrutando de un tiempo que pasa y no vuelve. La bajada al pueblo era un espectáculo de curvas y vistas que recrearon la mirada para que el recuerdo rinda homenaje a la beldad de lo allí visto. Una vez en la profundidad de la altura nos encontramos con una caravana de coches porque el puente invitaba a salir de la cárcel de la ciudad y buscar la relajación para calmar la ansiedad que produce el día a día. Y el lugar era mágico. Dimos una vuelta por el pueblo y quedé prendado de La Playeta y sus patos que adornaban las aguas calmadas del Júcar, un auténtico espectáculo. Y haciendo tiempo para comer -con todos los restaurantes llenos- paseamos por la vereda del canal entre enhiestos chopos y preciosas riscas que detenían el paso para que la mirada se ensimismase de lindezas que impresionan. Las hojas caídas de la época otoñal invitaban al espíritu creador para que en el reposo del sillón otras miradas puedan ver lo que se imaginan sin ver. A las cuatro de la tarde nos disponíamos a comer y, naturalmente, entre el menú estaba la delicia del gazpacho manchego que no dejó dudas de su excelencia y un segundo plato de jamón tierno a la plancha que acompañó un buen caldo para no olvidar los manjares de la tierra. Mientras comíamos llovió de forma copiosa y no hizo posible ver las Cuevas del Diablo y el Castillo, pero en la retina queda una estampa del pueblo con casas pegadas a las riscas que parece una obra del mejor maestro del pincel. El lugar me parece ideal para perderse y encontrarse. Cuando ya nos marchábamos, el anfitrión nos obsequió con unos dulces con sabor al pueblo y dejamos cerrado lo que quedó abierto. Quedé también la gratitud a los amigos por la atención y el compromiso de volver para seguir narrando la belleza de un pueblo que no es pobre en admiración. Y con este silencio abrumador de la madrugada que deslizo este relato se  me ocurre: “Hay que pasar por la vida sin hacer ruido y no escuchar el silencio”.  

1 comentario:

  1. Disculpa la tardanza Evencio, sabes que la salud últimamente no me acompaña. También a Cervantes le faltó algún relato de caballería en Alcalá del Júcar, lugar que invita a imaginar alguna desventura del Quijano.
    La profundidad del relato, el nivel del detalle, y la cronografía, han creado un elixir que invita a volver, y perderse para reencontrarse.
    Detalles que a propios resultan triviales, consigues con tu pluma darles vida y sentido, poniendo en valor el entorno que nos rodea y la magia que nos embauca.
    Repetiré sin duda como anfitrión, buena amistad, buena mesa y buena plática son merecedoras de una nueva visita para retomar la senda que el mal tiempo truncó.

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