domingo, 31 de mayo de 2015

LA DELICIA DE LA INFANCIA


Recuerdo los atardeceres en mi pueblo pescando en el rio.
Evocar aquellos momentos es estar rodeado de juncos, sargas, libélulas  y vida adormecida.
La merienda que llevaba mi madre formaba parte de momentos inolvidables, tal vez, únicos.
La tarde era el festín del día y los cangrejos, barbos y truchas el alimento que proporcionaba la dedicación tan sublime, era mi liberación de la escuela.
La familia formaba parte en sus paseos por aquellos caminos de tierra que era el permanente adiós y hola entre el gorjeo de vidas con alas.
Los majestuosos chopos con sus ramas verdes ponían la sombra en calurosas tardes.
Mientras mi padre trabajaba en su huerto, que era su Getsemaní, donde dejó ríos de sudores. Allí hubiese cavado su tumba.
El ruido del rio, solemne, era la caricia del silencio.
La estrecha acequia transportaba el alivio de la sed de áridas tierras.
Acabada la tarde y rumbo a casa, pensaba en el día siguiente sin dejar de pensar en la escuela, dictados, quebrados, el Ave María y el Cara al Sol. Era feliz con mi ignorancia.
Encender la lumbre en casa era el calor que vencía el frio y el candil alumbraba la oscuridad con su diminuta llama.
Algunas noches dormía en casa de mi tía Paca y no me vencía el sueño hasta que su marido, el tío Juan, no regresaba del Café para preguntarle si había ganado la partida de Tute. Cuando ganaba sentía una alegría especial. Me estoy durmiendo. 

3 comentarios:

  1. Even, me ha gustado muchísimo este post , me he sentido identificado, con el , pues cuando estaba en Madrid estudiando, mis padres me mandaban a la vereda a segar alfalfe, para los cerdos, esa era mi faena durante los veranos, que recuerdos... un abrazo

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    1. Paco: me alegro de verte por aquí y que te guste el post. Hay recuerdos imborrables. Un abrazo.

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    2. Aunque no me veas , si los leo, casi todos, un abrazo

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