Los pobres siguen en su sombrajo ahuyentando calores que asfixian, postrados en su yacija como maceta en su umbráculo. Y viven la eterna longevidad de ese mundo que languidece, se debilita, sin deteriorar el alma de la pureza. Y en ese recóndito lugar, en ese mundo insólito, pasaran los días entre la acidia y la molicie, para guarecerse del mundo que los condena. Y canijos y escuálidos devoran el hambre para morir hartos de lo que les quita la vida.
En el eco del silencio
el pobre muda la piel
entre soledad y yacija
la amargura de su miel.
Y en ese mundo remoto
donde esconde lo privado
se hurta a la vida su esencia
sin el pobre haber robado.
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