Los políticos deben
tomar el pulso a la calle para ver si el pueblo late. No está muerto pero vive
en una crisis de vida entre el erial y el barbecho. Los políticos viven
aforados a la lejanía con el pueblo y en el error de posturas antagónicas. Una
decadencia que evidencia el apocalipsis de la necedad y la ausencia de
sabiduría.
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