Algún
“líder” político debe tener presente que la prudencia es la virtud que define a un buen
político. Cuando se demuestra el dominio de la imprudencia, se abren las puertas para ver las
carencias de quien piensa que no las tiene. Y
demostrado queda su afán de engreimiento, arrogancia vomitiva, inteligencia
caducada, indigente de humildad, extasiado de fanfarria y orfebre del
narcisismo. Y debe tener en cuenta que los imprescindibles no han nacido
todavía.
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