Después de mucho tiempo decidí ir a mi pueblo con mi señora a celebrar mi cumpleaños y volver a los ancestros remueve los cimientos de los sentimientos. Con la agenda corta de visitas, la del cementerio era de obligado cumplimiento y cerrojo en mano abría la puerta y estas eran mis primeras palabras bajando las escaleras: “buenos días a todos”. A todos. Mi mente era un relámpago de sensaciones y me preguntaba: ¿para qué tanto odio, guerras y codicia si todos acabamos en el mismo lugar para ser iguales? A la velocidad de mi pensamiento le puse freno y opté por seguir el guion establecido. La tumba de mis padres era no salirse del guion y hablar con ellos era escuchar el silencio y rememorar otros momentos y diferentes circunstancias. Hubo otras visitas en el templo del mutismo y me marché con sepulcral silencio, sin ver lo que no se puede, haciéndome preguntas simples que ni por simples encuentran respuesta, dejando la calma que me encontré y cerrando el sacramental lugar que siempre está abierto. Volveré.
La celebración de
tantos años invitaba a saborear el exquisito embutido de la tierra, visitar la
casa de mis padres “ver in situ” una soledad que estremecía y recordar tiempos
que será mejor olvidar y tenerlos presentes.
Me encontré a Ángel
Valero y su familia y mantuvimos una breve charla y largo entendimiento. Una
alegría verlos.
El análisis breve
envuelve y resume a mi pueblo en la estación otoñal. Solemne en la soledad.
Mi señora quería
visitar Garaballa y la Virgen de Tejeda que siempre encuentra en ella el
sentido de la fe.
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