jueves, 17 de diciembre de 2020

¿VIVIR PARA VER O VER PARA VIVIR?

Hay excelentes recuerdos de visitas al Museo de Las Bellas Artes de Valencia, donde conmovía el paseo entre el silencio y el vértigo que da descubrir el infinito y soñar despierto. El arte era el menú de aquellas tardes en el que quedé extasiado al ver obras que quedaron en la memoria para siempre y la gratitud eterna a D. Vicente Bosch, un guía que viaja en la autopista de ese cielo. A través de él conocí al pintor de las ideas, Antonio Fillol, y su obra “La Gloria del Pueblo” o, lo que es igual, la magia. A Cecilio Pla, el pintor del “esnobismo” con la obra “La Mosca”. A Ignacio Pinazo el pintor abocetado del Siglo de Oro y su obra “El Monaguillo”. La pausa del paseo y la belleza te hace pensar que estás en otro mundo y cuando te marchas te llevas la beldad en las paredes del alma. Delante de mí tengo al incomparable D. Joaquín Sorolla y una de sus obras impresionistas “Figuras de Casacas” y la mirada se queda clavada ante el iluminismo del genio y justo será el reconocimiento a la grandeza de pintores valencianos como Pinazo, Segrelles y Benlliure, que dejaron el sello inconfundible de frescura y colorido. Decía yo por aquel 2008, que Dios debería conceder a los ciegos la posibilidad de que vieran algo más que la pintura contra reformista ¡qué se haga la luz! Me quedé obnubilado ante el sublime tríptico de M. Cubells en el que muestra el trabajo y la familia, y prisionero permanecí durante muchos minutos. Ante ese manantial de arte, cultura y belleza solo cabe dar las gracias porque de pronto te encuentras con vacíos rebosando de sapiencia. Tarde para regocijo de la pluma que va dejando en la planicie de las salas el compromiso de narrar ese paraíso y la veneración por el arte. Un lego en la materia ¡qué Dios me perdone! Perdido en ese mundo para encontrarme entre el Gótico, Renacimiento, Barroco, Reformismo y Contra reformismo, modalidad esta última de la oscuridad clara de nuestros Velázquez y Zurbarán. No quiero olvidarme de Gherardo Starmina y de su prodigio del “Cristo en la Cruz”, de Juan de Juanes y “La última Cena” y de él “Refectorio de Asís” de Blas Benlliure. Estas son obras de caridad donde el pobre se puede saciar de ese lujo.


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