Unas elecciones se
ganan al día siguiente de perderlas, con trabajo, esfuerzo, cambios y voluntad
en la dedicación. En el PP no asoman los síntomas referidos. La comodidad y el
inmovilismo son los indicios del mundo aristocrático y con el partido fragmentado
no se augura un futuro halagüeño. Hay que asimilar el éxito del fracaso, saciar
la ansiedad de las vacaciones y al regreso acometer, con renovadas fuerzas, la
restructuración que pide a gritos el partido. Mientras, suenan un par de
nombres para el relevo de quien no ha sido relevante y habrá que esperar
acontecimientos entre ilustres y nobles.
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