El domingo por la tarde fue
para corazones blindados. La música, el ambiente y las palabras allí vertidas
formaron una concatenación de sentimientos que hicieron posible vivir el
doloroso pasado en presente. Las cuerdas del violín pusieron, en el caluroso
día, el escalofrío al sufrimiento de los familiares allí presentes diez años
después de la tragedia. Las 43 víctimas, que fueron el sonrojante olvido de
gobiernos de derechas, no merecieron la negligencia de la omisión de quienes
practican el ateísmo del sentido común. En el acto observé la ausencia de María
José Catalá y me causó extrañeza. Merecían más respeto las víctimas y sus
familiares.
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