Le llamaban “El
cantaor” y era el trovador del silencio. Al alba se levantaba para surcar
caminos agrestes y horas de interminables caminatas, entre el frío que congelaba el
alma, el calor que ahogaba el aliento y llagas de bálsamo en los pies para que
el sufrimiento fuera el día a día de quien llegaba a la mina para poder
encontrar, en la profundidad de la oscuridad, la luz que alumbraba el estómago
de la familia. El carbón era el color de tiempos de la posguerra y la fuerza de
su flaqueza no minaba la voluntad de vivir al límite de sus fuerzas. Arrogante
de humildad, surca estos renglones para salir del tenebroso pozo de la mina y
encuentre en estas letras las luces con las que mereció vivir.
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