Los minutos de silencio desbordan las saetas del reloj, la historia
acumula horas en el tiempo y en el destiempo del ser humano para hacer de él la
lápida que cierra y abre la vileza de ideas que viven al margen de la razón y
el sentido común. Los inocentes que sabían que iban a morir se llamaban
Nicolás, Ángel, Justiniano, Paulino, Mariano, Juan Julián, José, Felix, Ramón,
Maximiano, Celso, Julián e Isaías. Todos ellos pertenecían a ideas de derechas,
y ese pecado les condujo al asesinato por las milicias de otras ideas, que no
se pararon a pensar que el asesinato era el auténtico pecado. De nada sirvieron
las lágrimas, los ruegos y suplicas de familiares para evitar la masacre de
inocentes que transportó el camión a la barbarie. Sin razón legal y moral que
justificara sus muertes, hoy en este corto pasaje recobran la vida, y se pasean
sin “paseos” por este folio al calor del recuerdo, de lo rigurosamente justo, y
abordando silencios que forman parte de ruidos de la intolerancia, del
fanatismo, del esperpento ideológico, de goteras en el alma y de
sociedades apocalípticas de cultura.
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