Estimado PEPIÑO:
Por fin doy con tu
domicilio que me proporciona un amigo tuyo y me dispongo a mandarte estas
líneas, para que después de muchos años, podamos encontrarnos y darnos un
abrazo y recordar viejos tiempos. Corría el año 1990 cuando nos vimos en Casas de Juan Núñez y
almorzamos en el Restaurante la Herradura. Aquel día degustamos la excelente
gastronomía de la tierra: gazpacho con liebre y perdiz, ajo mataero y arroz con
collejas regado con un caldo de Bobal de la
fértil tierra de Castilla la Mancha. Después del banquete recorrimos
algunos lugares del pueblo para adquirir conocimientos de su historia que es otro alimento que llena el atroje de
sabiduría. La Iglesia de San Pedro Apóstol
-sagrado lugar- fue nuestra primera visita y cargamos las pilas de
misticismo mirando al cielo cerrado, haciendo una genuflexión a los Santos y el
respeto que imponía la casa de Dios. Andando por sus calles hablábamos en
silencio y decidimos ir a ver los “cucos” que son antiguas obras con piedras de
forma semiesférica que eran en la antigüedad refugio de pastores. Con el
cansancio en las piernas de las andanzas del día, decidimos poner fin a nuestra
estancia en el pueblo y prometimos volver para probar otro manjar de la
gastronomía de la bendita tierra: atascaburras. Durante el trayecto que nos
llevaba a Bonete, Pepiño comentaba su dura infancia, la pobreza que había en su
casa, los típicos trueques de la época que hacía su madre para subsistir y los
mendrugos de pan duro que ablandaban el alarido del hambre. PEPIÑO tocaba la
fibra con sus comentarios y se humedecían los ojos de pensar en aquel martirio
de vidas en el umbral de la miseria. Llegamos a Bonete y con el cansancio a
cuestas la parada nos reconfortó y nos dio tiempo a un lento paseo para seguir
nutriéndonos de la Biblia del pueblo. Como Dios manda visitamos la Iglesia de
San Juan Bautista y arrodillados en un banco confesamos en voz tenue pecados
veniales para liberarnos de la pesada carga. Momento en el que me vino a la memoria
los siete pecados capitales que describió Santo Tomás de Aquino: pereza,
soberbia, lujuria, gula, avaricia, envidia e ira. Al salir de la Iglesia nos
miramos y pensamos en la limpieza de nuestra alma. Solo nos faltaba subir al
Cerro Almarejo para alcanzar el infinito y en esas alturas comprobamos que el
cielo no se toca con las manos. Con la noche encima, como buenos peregrinos,
nos quedamos en la posada del pueblo y cenamos en el Cañizo de Carmen con un
menú que nada tiene que ver con la gula: tortilla de espárragos de la tierra,
setas de cardo, pernil a la plancha y queso de oveja reserva D. Apolonio,
regado naturalmente con un excelente tempranillo de la tierra para saciar la
sed trago a trago. El siguiente paso era la cama y el descanso que nos habíamos
ganado. A la mañana siguiente amaneció lloviendo y nos tocaba después del
desayuno la despedida siempre dolorosa, un adiós que hoy desempolva el hola. Transcurrido
tanto tiempo es tiempo de volver a abrazarnos y andar por sendas y caminos
donde dejamos huella y una amistad que no destruye el tiempo.
Genial, Maestro.
ResponderEliminarExcelente relato. A lo que no tienes acostumbrados.
ResponderEliminarLARGO Y SE HACE CORTO.
ResponderEliminarGracias.
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