jueves, 18 de febrero de 2021

ESTIMADO PEPIÑO:

Estimado PEPIÑO:

Por fin doy con tu domicilio que me proporciona un amigo tuyo y me dispongo a mandarte estas líneas, para que después de muchos años, podamos encontrarnos y darnos un abrazo y recordar viejos tiempos. Corría el año 1990  cuando nos vimos en Casas de Juan Núñez y almorzamos en el Restaurante la Herradura. Aquel día degustamos la excelente gastronomía de la tierra: gazpacho con liebre y perdiz, ajo mataero y arroz con collejas regado con un caldo de Bobal de la  fértil tierra de Castilla la Mancha. Después del banquete recorrimos algunos lugares del pueblo para adquirir conocimientos de su historia  que es otro alimento que llena el atroje de sabiduría. La Iglesia de San Pedro Apóstol  -sagrado lugar- fue nuestra primera visita y cargamos las pilas de misticismo mirando al cielo cerrado, haciendo una genuflexión a los Santos y el respeto que imponía la casa de Dios. Andando por sus calles hablábamos en silencio y decidimos ir a ver los “cucos” que son antiguas obras con piedras de forma semiesférica que eran en la antigüedad refugio de pastores. Con el cansancio en las piernas de las andanzas del día, decidimos poner fin a nuestra estancia en el pueblo y prometimos volver para probar otro manjar de la gastronomía de la bendita tierra: atascaburras. Durante el trayecto que nos llevaba a Bonete, Pepiño comentaba su dura infancia, la pobreza que había en su casa, los típicos trueques de la época que hacía su madre para subsistir y los mendrugos de pan duro que ablandaban el alarido del hambre. PEPIÑO tocaba la fibra con sus comentarios y se humedecían los ojos de pensar en aquel martirio de vidas en el umbral de la miseria. Llegamos a Bonete y con el cansancio a cuestas la parada nos reconfortó y nos dio tiempo a un lento paseo para seguir nutriéndonos de la Biblia del pueblo. Como Dios manda visitamos la Iglesia de San Juan Bautista y arrodillados en un banco confesamos en voz tenue pecados veniales para liberarnos de la pesada carga. Momento en el que me vino a la memoria los siete pecados capitales que describió Santo Tomás de Aquino: pereza, soberbia, lujuria, gula, avaricia, envidia e ira. Al salir de la Iglesia nos miramos y pensamos en la limpieza de nuestra alma. Solo nos faltaba subir al Cerro Almarejo para alcanzar el infinito y en esas alturas comprobamos que el cielo no se toca con las manos. Con la noche encima, como buenos peregrinos, nos quedamos en la posada del pueblo y cenamos en el Cañizo de Carmen con un menú que nada tiene que ver con la gula: tortilla de espárragos de la tierra, setas de cardo, pernil a la plancha y queso de oveja reserva D. Apolonio, regado naturalmente con un excelente tempranillo de la tierra para saciar la sed trago a trago. El siguiente paso era la cama y el descanso que nos habíamos ganado. A la mañana siguiente amaneció lloviendo y nos tocaba después del desayuno la despedida siempre dolorosa, un adiós que hoy desempolva el hola. Transcurrido tanto tiempo es tiempo de volver a abrazarnos y andar por sendas y caminos donde dejamos huella y una amistad que no destruye el tiempo.     

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