Recuerdo los atardeceres
en mi pueblo pescando en el río y evocar aquellos momentos es estar rodeado de
juncos, sargas, libélulas y vida adormecida. La merienda que me llevaba mi
madre formaba parte de momentos inolvidables, tal vez únicos. La tarde constituía
el festín del día y los cangrejos el festín de la dedicación y la liberación de
la escuela. Las familias formaban parte en sus paseos por aquellos caminos de
tierra que era el permanente adiós y hola entre el gorjeo de gorriones y
ruiseñores. Los majestuosos chopos con sus ramas verdes ponían la sombra para mitigar las calurosas
tardes. Mientras mi padre trabajaba en su huerto, que era su Getsemaní, donde
dejó ríos de sudores. Allí hubiese cavado su tumba. El ruido de la corriente
del río, solemne, era la caricia del silencio. Acabada la tarde y rumbo a casa,
pensaba en el día siguiente que daba comienzo con la escuela, quebrados,
dictados, el Ave María y el Cara al Sol. Era feliz con mi ignorancia.
jueves, 17 de junio de 2021
ERA FELIZ CON MI IGNORANCIA
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