jueves, 17 de junio de 2021

ERA FELIZ CON MI IGNORANCIA

Recuerdo los atardeceres en mi pueblo pescando en el río y evocar aquellos momentos es estar rodeado de juncos, sargas, libélulas y vida adormecida. La merienda que me llevaba mi madre formaba parte de momentos inolvidables, tal vez únicos. La tarde constituía el festín del día y los cangrejos el festín de la dedicación y la liberación de la escuela. Las familias formaban parte en sus paseos por aquellos caminos de tierra que era el permanente adiós y hola entre el gorjeo de gorriones y ruiseñores. Los majestuosos chopos con sus ramas verdes  ponían la sombra para mitigar las calurosas tardes. Mientras mi padre trabajaba en su huerto, que era su Getsemaní, donde dejó ríos de sudores. Allí hubiese cavado su tumba. El ruido de la corriente del río, solemne, era la caricia del silencio. Acabada la tarde y rumbo a casa, pensaba en el día siguiente que daba comienzo con la escuela, quebrados, dictados, el Ave María y el Cara al Sol. Era feliz con mi ignorancia.


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