Me encuentro hoy raro
dándole vueltas a la ausencia de Valentín Fernández, que ha dejado huellas imposibles de borrar, y
asimilando mi estado de orfandad de la inquebrantable amistad que manteníamos. Este
preludio ligado al epílogo es el vaivén
que atormenta, que hace preguntas sin respuestas y que solo el recuerdo es
capaz de poner vida a lo que no tiene. Divina memoria que va y viene haciendo
viajes sin parar, recuperando la historia de un gran amigo, de un socialista
ejemplar, de quien sentó cátedra del sentido común y de una persona con alma. Esta
fue la despedida de la última llamada que me hiciste: adiós hermano. Adiós hermano.
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