La pandemia ha cambiado el mundo. Hay un envoltorio de pesadilla constante que quita el sueño y andamos perdidos con la luz del día. La inseguridad es lo más seguro que tenemos a mano y la taquicardia, que forma parte del día a día, pensando en el bicho que mata sea benévolo y nos deje vivir. Bien es cierto que una parte de la sociedad es insumisa al sentido común y vive en el más absoluto desorden y en el trapecio que decapita vidas. El caso es que las vías de solución generan dudas ante un dilema capital que es sencillamente sobrevivir entre analfabetos de la política, cadáveres y tumbas. “Si no existe una buena solución para un dilema, si ninguna de las actitudes sensatas y efectivas nos acercan a la solución, las personas tienden a apartarse irracionalmente haciendo más complejo el problema y tornando su resolución menos plausible”, Zygmunt Bauman. Quizá encontremos en la cultura del desapego la parte alícuota de una catástrofe que hace al individuo responsable con la sociedad.
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