El
título de este post no resta un ápice de protagonismo a la magistral charla del
entrañable Miqui Amador, pero pienso que no se puede prescindir de la
emotividad y ternura de este comienzo, que espero sea del agrado del amante de
la humildad. Vaya por delante mi admiración por este insigne de la grandeza,
que hace alarde de conocimientos no pequeños, para ponerle a la vida vigor,
sentimiento y amor. Siente Miqui lo que expresa, y sus lágrimas son el
manantial de sensaciones que rompen el alma y tiene el don de saber trasmitir
para poner luz al mundo de la oscuridad. Este Einstein que alumbró en el
paraíso de Jacinto, me deja el hábito (porque todo está en continuo cambio), de
volver a escucharle para desde el silencio sentir la calma inquieta. Y desde la consciencia
consciente, agradecerle su pasión y
generosidad de compartir para que sus amigos no estén exentos de vivencias
únicas. Y desaciendo mi estructura mental para evitar ser prisionero, la mañana
invita a dar buenos días, sonreír, amar y compartir sueños. Y las lágrimas se
deslizan para recordar al abuelo Carpio. Gracias, muchas gracias. Un fuerte
abrazo.
PD.
No quiero dejarme el reconocimiento a la excelencia de tus amigos inteligentes,
respetuosos y amables. Y la felicidad de tu familia.
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