La poesía brota del
manantial del pueblo y se pasea con el garbo majestuoso de los andares del
Cisne por inmaculadas páginas, e irrumpe del mismo venero entre aguas cálidas,
para dejar la herencia del derrame cimbreante del poeta a aquellos que
legítimamente viven con la mirada cautiva de la divina palabra. Como diría
Miguel Hernández, los poetas somos el viento del pueblo y a través de sus poros
transportamos la expresión artística de la belleza, las zarzas que nos enredan
la vida, las arrugas de tersas pieles y las espinas del sentimiento del pueblo.
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