Cuando el amanecer
anunciaba el día, los que eran presos del desvelo se hacían eco de noticias a
través de la radio y las tertulias formaban diferentes círculos para comentar las
precariedades de la vida laboral, que escuchaban de voces que congelaban la
taza de malta del desayuno para dar comienzo a la jornada de trabajo, con el
eco de crónicas poco halagüeñas. Mariano, capataz de la cuadrilla de
trabajadores hacía recuento y uno por uno subían al camión y, en el trayecto hasta la llegada al monte para
la tala de pinos hacha en mano, reinaba el silencio porque el miedo a no volver
a la mañana siguiente expropiaba la palabra y la libertad. Solo quedaba el eco
de las ondas y la explotación de los trabajadores, para que el amo sin
conciencia viviera con la comodidad de ser dueño y no criado. El blanco y negro de la época resumido en gotas
de sudor, la miga de pan que no saciaba el hambre y la muerte agónica de la
dignidad.
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