jueves, 6 de febrero de 2020

LA PALABRA SIN VOZ


Cuando el amanecer anunciaba el día, los que eran presos del desvelo se hacían eco de noticias a través de la radio y las tertulias formaban diferentes círculos para comentar las precariedades de la vida laboral, que escuchaban de voces que congelaban la taza de malta del desayuno para dar comienzo a la jornada de trabajo, con el eco de crónicas poco halagüeñas. Mariano, capataz de la cuadrilla de trabajadores hacía recuento y uno por uno subían al camión y,  en el trayecto hasta la llegada al monte para la tala de pinos hacha en mano, reinaba el silencio porque el miedo a no volver a la mañana siguiente expropiaba la palabra y la libertad. Solo quedaba el eco de las ondas y la explotación de los trabajadores, para que el amo sin conciencia viviera con la comodidad de ser dueño y no criado. El blanco y negro de la época resumido en gotas de sudor, la miga de pan que no saciaba el hambre y la muerte agónica de la dignidad.  


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