Eran las doce de la noche
cuando Berta me llamó y al intercambiar las primeras palabras, notó que mi
tristeza era un afluente de lágrimas. Y compungida desde la distancia me dijo: “me
gustaría estar ahí contigo y llorar juntos”. La sensación que me produjo el
estampido de su sensibilidad, me llevó a surcar un río sobre mis mejillas para
desembocar en una emoción que desbordaba
los sentimientos. La noche no invitaba a dormir y la almohada era la receptora
de un manantial de pensamientos que fluían recordando la frase arrogante de
ternura de Berta. Llanto y dolor conjugaban momentos eternos, dando la
sensación de que el tiempo se había detenido y las horas pasaban al compás del
sollozo salpicando las lágrimas el alma. “El alma descansa cuando echa sus
lágrimas; y el dolor se satisface con su llanto”, Ovidio. Decido levantarme y, asentado en la mecedora, se balanceaba
la vida misma en una noche de conmoción y estremecimiento. Cuando el alba
anunciaba el día me venció el cansancio y mecía el sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario