Estimado Antonio:
¡Cuánto tiempo! Es un
placer escribirte esta carta, cuyo fin, es el reconocimiento a aquella negativa
tuya que el 9 de Octubre del año 1936, evitó la muerte de 40 personas y la
destrucción inmisericorde de una salvaje masacre, que invita a la genuflexión y
a la gratitud. Modélico aquel comportamiento, que yace en el oscurantismo del
tiempo, y que me hace sentir el derecho a la divulgación de esa actitud
ejemplar. Aquella determinación tuya aislada del miedo, hoy relatarla produce
escalofríos. Un hecho digno de admirar, y quedar enmarcado en el espacio del
alma. Porque hay que tener alma, y valentía, para jugarse la vida en ese
infierno y no vivir en la gloria. Y de ley es reconocerte lo que nadie te puede
negar, una grandeza infinita para que la historia se nutra de tu gesta, y se
sienta orgullosa de habilitar en ella con justicia la conmovedora hazaña y
trascendente que hizo posible que cuarenta vidas postergaran su muerte, y
cuarenta familias, no fueran presas del dolor, la desesperación y el horror.
Levantar esta lapida, es recuperar una verdad oculta muchos años, y que embarga
sentimientos profundos para que las lágrimas encuentren: el camino abajo ante
tanta altura. Antes de decirte adiós, quisiera decirte ahora que me recreo viéndote sin verte, que también de la
humildad, fuiste un ejemplo. UN POBRE Y TAN RICO. Un abrazo interminable.
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