La muerte de RITA
BARBERÁ desempolva la detestable hipocresía del mundo de los políticos.
Ayer, desheredada de su patrimonio político por sus propios compañeros y, hoy,
subida a los altares por quienes han destrozado la moralidad y siguen
ejerciendo en un colectivo en el que el descrédito es el gozo de sus sombras. Libre
de fanatismos que embargan el sentido común y atropellan la razón, la
España que hoy veo retorticera, divisionista y viviendo el júbilo de una muerte,
resucita lo más mezquino del ser humano, si es que alguna vez estuvo muerto.
D.E.P.
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