domingo, 6 de noviembre de 2016

ENSAYO SOBRE LA MEMORIA HISTÓTRICA DE MIRA

Doy comienzo a un final. Me asomo al pasado para relatar la memoria histórica de Mira, con prudencia, determinación y al cabo de muchos años tratar de hacer justicia a quienes de una forma vil perdieron la vida para ganarse hoy la pobreza de este reconocimiento, que aunque pobre exalta la grandeza de la lealtad a unas ideas. Asomarse a la tragedia es vivir con ella, ser partícipe de episodios dolorosos que costaron vidas, anestesiaron otras, y morir viviendo en ese complejo mundo que bien merece el recuerdo y el olvido. Rememorar nombres, fechas de sus muerte y lugares, invitan a la templanza, para ver desde la objetividad ese río de sangre que produce una sensación de asfixia, y hace definir a una sociedad insólita, y en la insolencia de personas asentadas en la ignorancia, el odio, econos  y desdenes. No es un plato de gusto este relato, ni un pasaje bíblico, ni una vista panorámica, ni se pierde la mirada en una cascada de agua viendo cómo salpican las gotas. Aquí salpican las gotas de sangre, sangre derramada por personas con ideas distintas y cuyo pecado hizo posible la barbarie de matar para que la historia de Mira se nutra de malhechores. Aquella parte de la sociedad, era una sociedad arbitraria, intolerante, y proclives al esperpento ideológico. Devotos del sectarismo donde el ser humano muestra la concordia de lo intransigente, y las carencias de un pueblo en el trapecio de la cultura. Nadie tiene derecho a matar, nadie que no engendra en sus venas el veneno que mata y deja vida. Veneno había, vida para matar y asesinos. Y para la posteridad queda el hecho más cruel y siniestro en la historia de un  pueblo en su periodo álgido de la falta de alma.  Este relato conmovedor, de profundas raíces, tiene en su contenido el alma, el espíritu y la letra de la defensa de la vida, la defensa de la razón, para que aquellas malas conciencias queden enterradas en el silencio de este ruido. No hay razones morales ni legales para quitar vidas, pero si hay moralidad para dejar en la historia, hechos que acaecieron durante la guerra civil, y que fueron el detonante de familias destrozadas para que el resto de sus días, vivieran la angustia y la desesperación de la pérdida de sus seres queridos. La historia está para contarla, para respetarla y para no faltarle el respeto. Y más allá de otras historias no contadas, que no merecen crédito, ni aportan ningún rigor, esta historia se fundamenta precisamente en la seriedad y en la contundencia argumental, para no pertenecer al partidismo descarado, la desidia y la falta de honestidad. La historia debe ser el rigor, el contenido de una etapa que deja para la posteridad hechos y desechos de tiempos que hacen la historia, y que no se puede manejar al antojo y al capricho de la subjetividad. Cuando estamos hablando de muertes innecesarias se impone la cordura, el respeto, y no cabe divagar ni mucho menos enviscar, para tener que decir a iletrados que la verdad no se puede esconder. No se puede alongar el irrealismo, lo desgraciadamente cierto es que en Mira asesinaron a trece personas, trece vidas algunas de ellas en el albor del amanecer, trece vidas cuyo número fatídico merecen hacer para el tiempo, para que en ese tiempo desconocido para muchos, puedan conocer que hay memoria histórica, y merece formalidad y el juicio que cada ciudadano quiera hacer. Menoscabar es algo que no cabe cuando estamos hablando de sangre derramada. Lo que sí es necesario es aprender de la historia, y pasados ya 75 años, todavía se vive con el caldo de cultivo de las Españas separatistas, de rojos y azules que componen el menú que no es precisamente exquisito.

En la memoria  histórica de Mira hay una persona cuya conducta de valentía no puede quedar en el olvido. Me refiero a ANTONIO MARTÍNEZ ENCINAS, conocido también como el “cantador.” El 5 de octubre del año 1936 fue citado por el Comité preguntándole si estaba dispuesto “a votar el asesinato de 40 vecinos del pueblo”, y ante su negativa fue echado del lugar. Al día siguiente fue nuevamente citado con los mismos propósitos y negándose de nuevo, decidiendo el Comité retirarle el carnet y la escopeta. El 9 de octubre se insistió de nuevo encontrando una vez más la negativa y la fatídica noche en la que se asesinaron a 11 personas las milicias de Utiel. Este pasaje de la historia es merece4dor de detener el tiempo, para echar la mirada atrás, y admirar el comportamiento de ANTONIO MARTÍNEZ ENCINAS, que por derecho propio se hace acreedor al respeto, y a levantar ese silencio que durante 75 años ha estado enterrado. Quizá la admiración sería nimia ante semejante actitud, pero no olvidarlo, sería la justicia de lo que tantos años ha sido injusto.    

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