Frio invernal que congela
cuerpos y desvela almas. Pobres sentados en bancos de madera para hacer acopio
de falta de calor. Minados por la crueldad que a veces nos muestra la vida,
permanecen con la honra de quien vive libre de hipotecas de la sociedad, para
que la sociedad quede hipotecada de descrédito. Y ateridos de frio, pagan la
deuda de la miseria mirando sin ver y viendo sin mirar. Cuando expira el día,
los inocentes se refugian en cajas de cartón para que la intemperie no acabe
con las vidas de seres originarios de la pobreza. Y al amparo del infortunio se
dejan la vida para encontrarse con la eternidad y acabar con el sufrimiento y
la desolación. Y el vil mundo contempla sin piedad el dolor, quebranto y
amargura de seres humanos que viven en el holocausto de la privación,
indigencia y penuria. Y la sociedad vive con la etiqueta de la inquinidad de la moral. Esa mezquindad del
otro ser humano, que morirá con la avaricia de la nimiedad.
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