La CÁRCEL es la
universidad del delincuente. Allí se forjan buenas carreras y de vital
importancia es saber que quienes deciden que sean internados en el exilio de la
libertad, posiblemente no estén limpios de conciencia. Tantas cosas que se
reforman y las prisiones son prisioneras de conductas y tiempos primitivos. Las
CÁRCELES necesitan una reestructuración de amplio calado, talleres
ocupacionales, bibliotecas, psicólogos, educadores, instrumentos que
hagan posible que la estancia en ellas, sea el salvoconducto de la integración
en la sociedad y no revierta en ampliar conocimientos para hacer más precisa la
delincuencia. Yo no soy amigo de ellas, ni de la cadena perpetua, salvo
en determinadas circunstancias. Por ejemplo: todos los políticos
corruptos serían dignos de acabar sus vidas entre rejas, para que supieran lo
que es el peculio, saborear el sosiego de la vida y calmar la ansiedad de
robar. Hasta el pueblo lo aplaudiría. Y los que han hecho posible el
hundimiento del país, habitar en ellas, sería ofensivo -por la dignidad de
quienes ahora fijan allí su residencia- y aunque es incuestionable, que no es
entrar en el reino de los cielos, sí entrarían en el averno lugar idílico de lo
que por derecho les pertenece. El Tártaro es la morada de quienes cometen el
delito de allanar el albergue de la dignidad.
El roba gallinas es la carne de cañon de nuestras cárceles. Para ellos se hicieron. Para los politicos corruptos, para los amigos de hacer lo publico propio no se hicieron las cárceles. Para ellos deberíamos reeditar el Ades del ostracismo, con la única posibilidad de redimirse devolviendo lo robado, para luego desaparecer en el olvido. No hay cadena más perpetua para estos semidioses de barro que desaparecer de su Olimpo del chanchullo.
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