domingo, 11 de febrero de 2018

¿VIVIR PARA VER O VER PARA VIVIR?


Tengo excelentes recuerdos de visitas al Museo de Las Bellas Artes de Valencia, donde conmovía el paseo entre el silencio y el vértigo que da descubrir el infinito y soñar despierto. El arte era el menú de aquellas tardes en el que quedé extasiado al ver obras que quedaron en la memoria para siempre y la gratitud eterna a D. Vicente Bosch, un guía que viaja en la autopista de ese cielo. A través de él conocí al pintor de las ideas, Antonio Fillol, y su obra “La Gloria del Pueblo” o, lo que es igual, la magia. A Cecilio Pla, el pintor del “esnobismo” con la obra “La Mosca”. A Ignacio Pinazo el pintor abocetado del Siglo de Oro y su obra “El Monaguillo”. La pausa del paseo y la belleza te hace pensar que estás en otro mundo y cuando te marchas te llevas la beldad en las paredes del alma. Delante de mí tengo al incomparable D. Joaquín Sorolla y una de sus obras impresionistas “Figuras de Casacas” y la mirada se queda clavada ante el iluminismo del genio y justo será el reconocimiento a la grandeza de pintores valencianos como Pinazo, Segrelles y Benlliure, que dejaron el sello inconfundible de frescura y colorido. Decía yo por aquel 2008, que Dios debería conceder a los ciegos la posibilidad de que vieran algo más que la pintura contrarreformista ¡qué se haga la luz! Me quedé obnubilado ante el sublime tríptico de M. Cubells en el que muestra el trabajo y la familia, y prisionero permanecí durante muchos minutos. Ante ese manantial de arte, cultura y belleza solo cabe dar las gracias porque de pronto te encuentras con vacíos rebosando de sapiencia. Tarde para regocijo de la pluma que va dejando en la planicie de las salas el compromiso de narrar ese paraíso y la veneración por el arte. Un lego en la materia ¡qué Dios me perdone! Perdido en ese mundo para encontrarme entre el Gótico, Renacimiento, Barroco, Reformismo y Contrarreformismo, modalidad esta última de la oscuridad clara de nuestros Velázquez y Zurbarán. No quiero olvidarme de Gherardo Starmina y de su prodigio del “Cristo en la Cruz”, de Juan de Juanes y “La última Cena” y de él “Refectorio de Asís” de Blas Benlliure. Estas son obras de caridad donde el pobre se puede saciar de ese lujo.

1 comentario:

  1. Antonio Giménez López.13 de febrero de 2018, 2:40

    Hola "Sabio" ¿Es lo que nos queda? Tal vez sí a un pueblo cobarde, dormido y aletargado incapaz de luchar por sus derechos, sus libertades. Un pueblo que acepta el sometimiento y la esclavitud por parte del capitalismo salvaje y unos gobiernos corruptos y saqueadores de las arcas públicas, como única opción de ser competitivos, dejando para "otros" la investigación, el desarrollo y la búsqueda de nuevas tecnologías y mercados, o sea todo aquello que aporta riqueza y bienestar al ciudadano, al contribuyente.
    Si bien "esos" viven a "cuerpo de rey" (nunca tal vez mejor dicho, como la propia monarquía que pretende, sin conseguirlo, hacer ver al pueblo que viven sus mismas miserias).
    Cuando las despensas, las alacenas (por que tal vez la nevera llegue a ser un artículo de lujo no apta para el trabajador) de futuras generaciones aparezcan vacías y nada con que llenarlas, vendrá el lamento y sólo quedará la resignación. Entonces esas generaciones se avergonzarán de nosotros y, tal vez sin faltarles razón alguna, nos maldecirán por nuestra comodidad, cobardía y pasividad.
    ¡Ah si levantaran la cabeza aquellos antepasados que lucharon, padecieron y sufrieron lo por nosotros impensable, que incluso perdieron la vida luchando por dejarnos, lo que consiguieron sin lugar a duda alguna, una sociedad más justa en derechos y libertades! Esos sí que se avergonzarían de los que les sucedieron y que nos les llegan a la suela de los zapatos.
    ¿Exagerado? ¡Ojalá?

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