Tengo excelentes recuerdos de
visitas al Museo de Las Bellas Artes de Valencia, donde conmovía el paseo entre
el silencio y el vértigo que da descubrir el infinito y soñar despierto. El
arte era el menú de aquellas tardes en el que quedé extasiado al ver obras que
quedaron en la memoria para siempre y la gratitud eterna a D. Vicente Bosch, un guía que viaja en la autopista de ese cielo. A
través de él conocí al pintor de las ideas, Antonio Fillol, y su obra “La
Gloria del Pueblo” o, lo que es igual, la magia. A Cecilio Pla, el pintor del
“esnobismo” con la obra “La Mosca”. A Ignacio Pinazo el pintor abocetado del
Siglo de Oro y su obra “El Monaguillo”. La pausa del paseo y la belleza te hace
pensar que estás en otro mundo y cuando te marchas te llevas la beldad en las
paredes del alma. Delante de mí tengo al incomparable D. Joaquín Sorolla y una
de sus obras impresionistas “Figuras de Casacas” y la mirada se queda clavada
ante el iluminismo del genio y justo será el reconocimiento a la grandeza de
pintores valencianos como Pinazo, Segrelles y Benlliure, que dejaron el sello
inconfundible de frescura y colorido. Decía yo por aquel 2008, que Dios debería
conceder a los ciegos la posibilidad de que vieran algo más que la pintura
contrarreformista ¡qué se haga la luz! Me quedé obnubilado ante el sublime
tríptico de M. Cubells en el que muestra el trabajo y la familia, y prisionero
permanecí durante muchos minutos. Ante ese manantial de arte, cultura y belleza
solo cabe dar las gracias porque de pronto te encuentras con vacíos rebosando
de sapiencia. Tarde para regocijo de la pluma que va dejando en la planicie de
las salas el compromiso de narrar ese paraíso y la veneración por el arte. Un
lego en la materia ¡qué Dios me perdone! Perdido en ese mundo para encontrarme
entre el Gótico, Renacimiento, Barroco, Reformismo y Contrarreformismo,
modalidad esta última de la oscuridad clara de nuestros Velázquez y Zurbarán.
No quiero olvidarme de Gherardo Starmina y de su prodigio del “Cristo en la
Cruz”, de Juan de Juanes y “La última Cena” y de él “Refectorio de Asís” de
Blas Benlliure. Estas son obras de
caridad donde el pobre se puede saciar de ese lujo.
Hola "Sabio" ¿Es lo que nos queda? Tal vez sí a un pueblo cobarde, dormido y aletargado incapaz de luchar por sus derechos, sus libertades. Un pueblo que acepta el sometimiento y la esclavitud por parte del capitalismo salvaje y unos gobiernos corruptos y saqueadores de las arcas públicas, como única opción de ser competitivos, dejando para "otros" la investigación, el desarrollo y la búsqueda de nuevas tecnologías y mercados, o sea todo aquello que aporta riqueza y bienestar al ciudadano, al contribuyente.
ResponderEliminarSi bien "esos" viven a "cuerpo de rey" (nunca tal vez mejor dicho, como la propia monarquía que pretende, sin conseguirlo, hacer ver al pueblo que viven sus mismas miserias).
Cuando las despensas, las alacenas (por que tal vez la nevera llegue a ser un artículo de lujo no apta para el trabajador) de futuras generaciones aparezcan vacías y nada con que llenarlas, vendrá el lamento y sólo quedará la resignación. Entonces esas generaciones se avergonzarán de nosotros y, tal vez sin faltarles razón alguna, nos maldecirán por nuestra comodidad, cobardía y pasividad.
¡Ah si levantaran la cabeza aquellos antepasados que lucharon, padecieron y sufrieron lo por nosotros impensable, que incluso perdieron la vida luchando por dejarnos, lo que consiguieron sin lugar a duda alguna, una sociedad más justa en derechos y libertades! Esos sí que se avergonzarían de los que les sucedieron y que nos les llegan a la suela de los zapatos.
¿Exagerado? ¡Ojalá?