Anoche mi señora y yo salimos al balcón a la hora del
obligado y justo aplauso a los socorristas de la sociedad enferma.
A mi señora le embargó la emoción y se puso a llorar para contagiarme el
sentimiento patrio. Mi perro ladraba al unísono de las lágrimas y afloraba el
sentimiento de verdad. Nos fundimos en
un abrazo y fue un momento de auténtica solidaridad con los solidarios. Brotó
la sensibilidad y los lloros enjugaban las penas. El balcón de la cerveza y
mejillones convertido en el pórtico del dolor de los compatriotas. Las lágrimas
eran el caudal de la impotencia.
Y de la esperanza
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