viernes, 13 de marzo de 2020

MICRORRELATO - EL PARAÍSO DE AMALIA


En el verde jardín de su placentero Edén, Amalia tomaba el sol en las mañanas veraniegas en su cómoda hamaca cuidando su piel tersa y fuliginosa con cremas solares de la prestigiosa firma de Helena Rubinstein. En su paraíso privado Amalia compartía con su perro Cobi un Labrador retrevier, la excelencia de la brevedad de acaloradas mañanas. En la mesa al lado de la hamaca una coctelera enfriaba el champan francés Dom Perignom que degustaba -solía decir- el oro líquido de sus caprichos. Exquisita en sus gustos dedicaba el tiempo de las tardes a la lectura de filósofos franceses Voltaire, Diderot y especialmente René Descartes. Aunque su verdadera pasión era la Historia de Egipto de la que hablaba con exaltación de las pirámides de Guiza, La Gran Esfinge, las tumbas del Valle de los Reyes y el Templo de Karnak. Si asombraba por su belleza, fascinaba por sus estudios y conocimientos. De la vida política era tremendamente moderada y solo a los más próximos hablaba de su admiración por Chales de Gaulle. Al marcharme de su villa volví la mirada atrás y por un momento pensé que en su dorada cárcel el olimpo estaba fuera de ella. 


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