Eran época de
dificultades cuando en las esporas de la posguerra llegaron a mi pueblo dos
personas de la etnia gitana Adolfo y Picarina. Eran abanderados de la más indigna miseria y
vivían en un refugio de la tierra que
también albergo a otros de la misma estirpe. El único calor que tenían era el
de la lumbre para que el fuego encendiera la oscuridad de sus vidas. La mugre
era compañera inseparable para evitar la cruda soledad. Adolfo hacía algunos
remiendos a los vecinos y lo recuerdo poniendo lañas con estaño a un lebrillo
mientras su mujer miraba su trabajo. La limosna era en todo caso un respiro a
la angustia cuando la caridad de la época no se contemplaba. Después de muchos
años de ausencia no sé si la introvertida sociedad ha cambiado de ese estándar
que no es modelo. Se derribó el refugio y se construyó un coso taurino.
Silencio.
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