Me gustaría acabar mi vida
viviendo en la calle, con el cielo de techo, el contenedor de plato y la
limosna del prójimo. Vivir con la cruz de la pobreza, el frío que congela y el
calor que arruga la piel de ausencia de calor. Mirando caer la lluvia para
entretener la mirada y ver amanecer con la escarcha en la barba. Con la propiedad privada del banco de
madera, el perro de compañía y el pan del libro. Sería feliz con esa vida
porque es compartir sentimientos con los que sufren la indignidad que la sociedad
permite. Sería la vida ambulante de un vagabundo buscando dormir los sueños en
sábanas de cartones y ducharme de mugre para evitar sequias del alma. La vida
de múltiples pasos y distintas residencias, la vida donde las puertas de la
calle no se cierran para que otras permanezcan con candados. La vida, que
anuncia tristeza sería el gozo de la alegría, la vida que como tantas otras
deambula por el mundo sin encontrar la Tierra Prometida. Esa vida sería mi gloria.
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