Son
las tres y veinte de la mañana y me encuentro en Mira. No son horas de visita,
ni el tiempo acompaña para dar paseos, pero me apetece, en el apacible silencio
de la noche, caminar por sus calles y contar esta experiencia si el tiempo no
me congela. Aparcado mi coche en la callejuela y libre de tráficos, paso por el
Colegio ANTÓN MARTÍN, para que no se me olvide que el ilustre personaje nació
allí.
El
inmortal murió joven para que la muerte disfrutara de su vida y dejó para la
posteridad obras sociales propias de una grandeza que no tienen parangón. Vivió
con el objetivo de erradicar la pobreza y su entrega a la causa no ha tenido el
reconocimiento que su denodado esfuerzo y sacrificio merecía. La remembranza me
origina un contenido arrebato y, pensando en él, la calma que tuvo para superar
situaciones que lo glorifican. Admirado
por secula seculorum.
El
silencio sepulcral invade la noche y me sitúa en el atrio de la Iglesia, para
en uno de sus bancos ir rememorando el pasado y disfrutar de sensaciones mágicas.
La memoria se adueña de momentos que dejaron huella entre nacimientos y muertes
sin detenerme en fiestas porque quizá fue mi ayuno de festividades. Me superan
otras solemnidades para que la piel se encoja y el escalofrío haga acto de
presencia. Para que nada falte en la noche, una ligera llovizna pone acento a
momentos que narrarlos legitiman el desvelo y seguramente vagan en la oscuridad
almas en silencio y el espíritu creativo se manifiesta.
En
el epicentro del atrio y entre sus muros, las paredes del alma y de la Iglesia,
escucho el eco de canciones en las procesiones de Semana Santa con el sello
inconfundible de mi familia que no pueden evitar la emoción y las lágrimas. Me
paraliza el recuerdo y tengo la sensación de asistir a la procesión del silencio.
Conmueve el momento y altera la tranquilidad. Con sigilo, como si estuviera
prohibido hacer ruido me acerco a la fuente del CURA que yo bauticé sin serlo
fuente de Juan Casamayor. Era su lavabo de las mañanas y con su pozal y su
toalla se lavaba la cara haciendo frente al frío o el calor. Era además, un
hombre de costumbres sencillas, que por serlas dejo huella para quien esto narra. Fue amante de su burra blanca, su
perdigón, sus gallinas y un lector empedernido del ABC. Alguien en aquella época leía. La excelencia de sus formas
le hace por derecho propio surcar estos renglones para que la gratitud descanse
en paz.
El
pueblo duerme a estas horas de la madrugada y tengo la sensación de que alguien
me está mirando para no ser visto. En
este mundo de intriga se pueden ver imágenes y no tener imaginación. Entre
ver y no ver sigo el trayecto, que no Vía Crucis, y la quietud -parece el mundo
parado- estremece. La memoria vive el éxtasis de evocaciones que fluyen minuto
a minuto en la glacial noche y me trasladan a tiempos lejanos y afloran
sentimientos y nostalgia. Vida pasada
que hace posible vivir esta.
Me
detengo en la Calle de la Cruz y miro a la puerta de Manolo y Celia y a la de
Nicolás el cartero ¡Qué tiempos! En la citada calle nació el mito Antón Martín.
Permanezco unos minutos delante de la que fue su morada y con voz sutil le
digo: “Fuiste un grande entre muchos
pequeños”.
Y de
pronto me encuentro en la Plaza que lleva su nombre, miro a izquierda y derecha
y no veo nada para ver algo. La compañía es la oscuridad de la noche, la ligera
llovizna y el silencio. Mudo el pueblo y yo sin habla propicia abrir las
puertas de vivencias y recordar al Maestro D. José Pedrón, Eligio, José Ibañez,
Santiago Fernández, Reyes y Quevedo, todos ellos fallecidos que hoy recobran
vida y no teniendo presente, tienen este. A muy pocos pasos tengo la Plaza del
pueblo por excelencia, antes del Caudillo, ahora supongo que expropiada. Con el
paso del tiempo hay que cambiar lo que el tiempo funde en el crisol de egos y
vanidades. La Plaza será eterna y los amantes de ínfulas: “Polvo eres y en
polvo te convertirás”. El modernismo que
hoy anuncia La Plaza rompe reliquias para servir y servirse. Mis gustos se declinan por la exquisitez y
arquetipos del mundo rural. Y en el muro del río, veo en la tertulia diaria
la ausencia de Tomasín, los hermanos Manolo y Ángel y otros personajes de
aquella época que a la sombra del olmo invertían el tiempo libre en el cauce de
la palabra. El SANEDRÍN donde el
verbo fluía al compás de la corriente del río.
Adolfo y Cubells fueron
cuerpo y alma del transporte público del pueblo y grandes personas. Hoy suben
en este descapotable para que no tengan que conducir y es un halago conducirlos
en este breve viaje en el asfalto del folio y con vistas al cielo.
Cruzo el río y decido volver
a la Plaza y como no, el tío Nemesio y Leandrillo forman parte de aquella época
de mimbre, cesto y precariedades. Y en dos callejones anexos, Luis, Amelia,
Julián, Ángeles, Ochando y Vicentillo configuraban el núcleo importante de
aquel espacio reducido en el que ellos eran la grandeza de ese mundo diminuto.
Para Angelín hago un alto, para poner en esta sombra el sol, la prudencia, el
silencio, el cariño y el recuerdo. Muchas cosas para que no sean pocas y entre
ellas Julián de la Beranea y su pequeño jardín de la puerta de su casa a la que
pone vida antes de entrar.
Voy
consumiendo el tiempo con escasos movimientos, ni un alma por la calle, no son
horas de tránsito, me tengo que marchar pero me quiero quedar, el pueblo
duerme, espero que se despierte
y cuando miro el reloj, son las cinco y media de la mañana y tengo que poner
rumbo a mi casa. Volveré en horarios que no despierte curiosidad mi presencia,
con la oscuridad de la noche y la claridad del pensamiento.
Me ha encantado recordar a las personas que nombras, un abrazo amigo Even.
ResponderEliminarLa proxima te espero en el Barrio Anton Martin.
Todo se andara amigo.
EliminarGenial la narrativa que de forma sublime transporta al lector
ResponderEliminarSobre todo a aquellos como yo, que ávidos de fuga del tedioso (hasta el maximo) mundo de quienes dicen ser políticos hoy, disfrutan tal cual flor invernal del rayo de sol matutino, de la clarividencia del Maestro y del genio del Poeta
Me congratula y mucho ver a D. Evencio Tortajada deslizarse por mundos donde puede desarrollar su gran capacidad y deleitarnos con ese dominio que tiene de la prosa.
ResponderEliminarEl post de política es un aperitivo y la prosa un banquete. La diferencia es abismal.
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