Cuando
decido acostarme por la noche voy pensando al mismo tiempo en levantarme a la
hora de la canícula del día, lo que deja entrever el espíritu del agotamiento. A
lo largo de la noche las horas se nutren de sueños y ensoñaciones, vivencias
que amortigua la almohada, quimeras y fantasías para ver, en la cerrada ventana
de mi habitación, la vidriera que oculta el cercano horizonte.
Con
la luz del amanecer, los pies en el suelo y sentado en la cama, miro al reloj
con la niebla de las cataratas y, con el rocío de las lagrimas de ver y no ver
como el tiempo es el segundero que el tiempo no detiene. Cuando me hago el
ánimo me pongo en pie y decido abrir la ventana y ver como la lluvia le pone al
día el acento sutil de la ternura. Seguramente, el ciego podrá escuchar el
lagrimeo celestial y, si extiende la mano, la limosna del agua bendita.
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