Hace unos días visitaba el
Cementerio de Valencia y entre la soledad y el silencio gravitaba la lozanía de
las flores, el más allá acá, la remembranza y, posiblemente, el perdón en la
ternura de los pétalos. Y en ese jardín que marchita la nostalgia, la tumba
cerrada a cal y canto para abrir la esperanza de que el tiempo una lo que
separa. La espera es el anhelo que transporta la aflicción al sumo de la inconformidad
para que la creencia viva en las esporas de la fe. Al marcharme volví la vista
atrás y vi algunas tumbas sin flores y pensé que adentro y fuera todo
desfallece.
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