Termino de escuchar la elegía de Miguel Hernández a Ramón Sije e
inevitablemente me viene a la memoria mi hermana Mari que el día 1 de Diciembre
hará dos años de su muerte. Tenía 20 años cuando el destino le deparaba un
final trágico. Asistía a un cursillo de la Sección Femenina de la época de
siete días y finalizó con una esquizofrenia que fue su muerte en vida. Sin
rastro de aquel viaje sin retorno y sin conocer las circunstancias que
motivaron su enfermedad, todavía se mantiene en el tiempo, un misterio sin
resolver. Era el apogeo de la derecha y de la desdicha. Hoy por derecho propio
fluye en este blog para que el recuerdo no muera y me traslade a tiempos de mi
infancia y pueda revivir la excelencia de su declamación de su poesía favorita,
“El seminarista de los ojos negros”. Han sido demasiados años en silencio,
demasiado tiempo perdido en el mundo del dolor asistiendo al deterioro
progresivo y su muerte, 57 años de situaciones imprevisibles que diariamente
produce la enfermedad y una madre embalsamada de paciencia atendiendo a su hija
de forma modélica. Recuerdo, madre cuando te pegaba y no te dolían sus golpes,
recuerdo madre, cuando se marchaba de casa y producía la angustia de su
búsqueda, recuerdo madre, cuando se tiró por la ventana y estábamos los dos
aterrados de ver aquella escena que no se borra, recuerdo madre, aquel sin
vivir tuyo buscando médicos y no encontrando el remedio, recuerdo su ingreso en
el Manicomio de la calle Jesús y el sufrimiento que suponía dejarla y tener que
volvernos a casa sin ella, recuerdo aquellas visitas cargadas de emoción cuando
salía envuelta entre no pocos dolores y la despiadada despedida. Dolor,
desconsuelo y amargura era el vía crucis de todos los días. Tanta lucha y
sacrificio madre, para encontrarnos con la recompensa de su muerte. Murió
madre, pero colmada de esmero y cuidados. Con el paso del tiempo sigue
atormentando el no saber que hicieron las falangistas con ella. Su
inteligencia, su ternura y su bondad en aquellos tiempos reprimidos de libertad
tuvieron su precio, la incapacidad para el resto de sus días de la que es
responsable el repugnante mundo fascista. Ese mundo Mari que yo reflejo aquí
con frecuencia de misa, procesión y cirio, ese mundo que sujeta el palio y se
les cae la conciencia, ese mundo de canticos al Altísimo sin esconder la
bajura, esos que viven al amparo de la oscuridad y la penumbra, entre el olor a
incienso y dándose golpes de pecho, esos, acabaron con tu vida.
Produce frio leer estas palabras, cuyo dolor provoca la dificultad de terminar de leerlo. Uno de los muchos atropellos contra los derechos humanos que se produjeron, y que difícilmente puede cicatrizar. Hay secuelas que ellas mismas producen heridas.
ResponderEliminarImpacta este relato de Evencio en el que seguramente habrá derramado lágrimas. Es un recorrido duro y espezlunante que resumido en este post no tendrá que ver nada con la cruda realidad que nos cuenta. Demasiados años de calvario que han dejado huellas que con el tiempo no se superan. La narración es escalofriante y llena de rabia no contenida en la que Evencio tira al blanco del azul con no poca razón. Este Evencio sin miedo ni dobleces doblega y pone en el ojo del huracán a un mundo retrogrado y retorticero capaz de lo que aquí se lee. Desde la distancia le mandó un abrazo fuerte al mismo tiempo que le deseo la superación del dolor que ahora manifiesta.
ResponderEliminarMe has destrozado Evencio Tortajada con tu post. Hoy has abierto la puerta del alma y permites que se te conozca con más conocimiento de causa. Este episodio que cuentas es terrorífico y me transporta a un mundo que ya conocido obviarlo es imposible. La narración pone los pelos de punta y es fácil entender el dolor acumulado durante tantos años que ha convivido con el silencio. Y bien haces en soltar amarras y difundirlo. Hoy te sentirás más libre y con la cabeza alta pasearas por la Avenida con la luz de aquellas sombras. Un abrazo amigo.
ResponderEliminar