Cuando parto desde mi casa a
mi pueblo, lo hago con la idea firme de visitar el cementerio, y compartir los
momentos que la situación me permita, con mis padres, familiares, amigos y
vecinos. No hay esta noche otro camino, y aunque caminos hay y senderos, mis
pasos me deben llevar al epicentro del misterio. A ese mundo, donde aparca el
silencio y la soledad, y puede vivir uno libre en el paraíso que la vida
encuentra, cuando esta se termina. Hay una idea preconcebida del porque quiero
llegar a ese lugar, en el que siempre se respira respeto para todos los que
allí permanecen. Ver de noche, lo que siempre vemos de día, o lo que no vemos
de día, comprobar si la noche es indulgente. Aquí no hay ideas ni colores, como
decía antes total respeto, y no poca rabia contenida de pérdidas
irrecuperables. Están aquí y no están. Una
apuesta difícil, que espero poder
contar.
Enfila mi coche la entrada
del camino al cementerio, miro el reloj y son las tres y cinco de la mañana,
llego hasta la misma puerta del cementerio, apago la luz del coche, y mi idea
es entrar con rapidez y sin entretenimientos, eso es lo que vengo pensando
durante el trayecto, para que no se apodere el pavor y hacer las cosas con
cierta soltura y serenidad. Bajo del coche y en la misma puerta, pierdo la
soltura la serenidad y hay algo que me detiene y me hace retroceder. Miro a un
lado y otro, y lógicamente no veo a nadie, mi cabeza no para de dar vueltas, y
decido encender las luces del coche, solamente hay oscuridad. Pienso que debo
intentar de nuevo entrar, y así voy consumiendo los minutos, sin dar pábulo a
lo que me está pasando. Apago las luces y decido bajar del coche, de nuevo
estoy en la puerta y con el cerrojo en la mano, trato de no hacer ruido. Con la
puerta abierta, bajo el primer escalón, y estas son las primeras palabras que
dirijo a todos: Buenos días, espero os encontréis todos bien, vengo a
visitaros. Pero mis piernas se quedan ancladas en el segundo escalón sin
atreverme a dar un paso adelante o atrás. Estoy preso de una situación que me
tiene atrapado. Veo que me pongo nervioso, y echo mano a un orfidal, totalmente
inmóvil, con bastante dificultad me asiento en el escalón, y pasados unos
minutos recobro la calma, llevo una linterna y no sé si encenderla, pienso si
es una falta de respeto la hora de mi visita, y por un momento creo que debo de
marcharme, pero no tengo fuerzas ni para levantarme. Miro de nuevo el reloj con
cierta parsimonia, y veo que son las tres y treinta y cinco minutos, el tiempo
se para, y también la decisión. Como puedo me levanto, y trato de bajar
escalones, entrando a la derecha está la tumba de Antonio Martínez Encinas,
buenos días Antonio le digo de forma pausada, por fin decido encender la
linterna, y veo lo de siempre, nada. Camino con pasos de persona de noventa
años, y con las dificultades que impone la situación, llego a la tumba de mis
padres. Una vez allí, me encuentro más aplomado, hablo con mis padres y es una
sensación que explicarla cuesta mucho, ¿me estáis oyendo? Soy Even, doy un paso hacia atrás, y me agarro a
un ciprés que me da seguridad y hay un momento que parece que me mareo, aguanto
como puedo y a pesar de que quiero visitar algunas personas, es imposible dar
pasos. No puedo ni mirar el reloj para ver la hora que es, totalmente
agarrotado, me da tiempo para pensar mi salida de allí. Les pido de forma tenue
que me ayuden, y como si me hubieran oído, voy recorriendo las tumbas de mis
familiares, de amigos y vecinos. Vuelvo de nuevo a la tumba de mis padres, les
digo que me tengo que marchar, que volveré, que les echo de menos, que Dios me
hizo el regalo de vivir con ellos, y que les quiero. Pongo de nuevo rumbo a la
salida, dar pasos es un mundo, y cuando llego a los escalones noto un cierto
alivio. Antes de cerrar la puerta les digo, adiós, y por fin sentado en el
coche, me relajo. No repetiré la experiencia, son momentos en los que te
transformas y no dependes de ti. Pongo el coche en marcha y voy recobrando el
estado natural, a la salida del pueblo paro y me repongo con un trago de agua,
el orfidal ha contribuido a serenarme. Durante la vuelta a casa, me pregunto
cómo ha sido posible tanto atrevimiento, pero pasado el acontecimiento, aquí
queda contado.
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