lunes, 17 de noviembre de 2014

CEMENTERIO MAYO 2011


Cuando parto desde mi casa a mi pueblo, lo hago con la idea firme de visitar el cementerio, y compartir los momentos que la situación me permita, con mis padres, familiares, amigos y vecinos. No hay esta noche otro camino, y aunque caminos hay y senderos, mis pasos me deben llevar al epicentro del misterio. A ese mundo, donde aparca el silencio y la soledad, y puede vivir uno libre en el paraíso que la vida encuentra, cuando esta se termina. Hay una idea preconcebida del porque quiero llegar a ese lugar, en el que siempre se respira respeto para todos los que allí permanecen. Ver de noche, lo que siempre vemos de día, o lo que no vemos de día, comprobar si la noche es indulgente. Aquí no hay ideas ni colores, como decía antes total respeto, y no poca rabia contenida de pérdidas irrecuperables. Están aquí y no están.  Una apuesta difícil,  que espero poder contar.

Enfila mi coche la entrada del camino al cementerio, miro el reloj y son las tres y cinco de la mañana, llego hasta la misma puerta del cementerio, apago la luz del coche, y mi idea es entrar con rapidez y sin entretenimientos, eso es lo que vengo pensando durante el trayecto, para que no se apodere el pavor y hacer las cosas con cierta soltura y serenidad. Bajo del coche y en la misma puerta, pierdo la soltura la serenidad y hay algo que me detiene y me hace retroceder. Miro a un lado y otro, y lógicamente no veo a nadie, mi cabeza no para de dar vueltas, y decido encender las luces del coche, solamente hay oscuridad. Pienso que debo intentar de nuevo entrar, y así voy consumiendo los minutos, sin dar pábulo a lo que me está pasando. Apago las luces y decido bajar del coche, de nuevo estoy en la puerta y con el cerrojo en la mano, trato de no hacer ruido. Con la puerta abierta, bajo el primer escalón, y estas son las primeras palabras que dirijo a todos: Buenos días, espero os encontréis todos bien, vengo a visitaros. Pero mis piernas se quedan ancladas en el segundo escalón sin atreverme a dar un paso adelante o atrás. Estoy preso de una situación que me tiene atrapado. Veo que me pongo nervioso, y echo mano a un orfidal, totalmente inmóvil, con bastante dificultad me asiento en el escalón, y pasados unos minutos recobro la calma, llevo una linterna y no sé si encenderla, pienso si es una falta de respeto la hora de mi visita, y por un momento creo que debo de marcharme, pero no tengo fuerzas ni para levantarme. Miro de nuevo el reloj con cierta parsimonia, y veo que son las tres y treinta y cinco minutos, el tiempo se para, y también la decisión. Como puedo me levanto, y trato de bajar escalones, entrando a la derecha está la tumba de Antonio Martínez Encinas, buenos días Antonio le digo de forma pausada, por fin decido encender la linterna, y veo lo de siempre, nada. Camino con pasos de persona de noventa años, y con las dificultades que impone la situación, llego a la tumba de mis padres. Una vez allí, me encuentro más aplomado, hablo con mis padres y es una sensación que explicarla cuesta mucho, ¿me estáis oyendo? Soy  Even, doy un paso hacia atrás, y me agarro a un ciprés que me da seguridad y hay un momento que parece que me mareo, aguanto como puedo y a pesar de que quiero visitar algunas personas, es imposible dar pasos. No puedo ni mirar el reloj para ver la hora que es, totalmente agarrotado, me da tiempo para pensar mi salida de allí. Les pido de forma tenue que me ayuden, y como si me hubieran oído, voy recorriendo las tumbas de mis familiares, de amigos y vecinos. Vuelvo de nuevo a la tumba de mis padres, les digo que me tengo que marchar, que volveré, que les echo de menos, que Dios me hizo el regalo de vivir con ellos, y que les quiero. Pongo de nuevo rumbo a la salida, dar pasos es un mundo, y cuando llego a los escalones noto un cierto alivio. Antes de cerrar la puerta les digo, adiós, y por fin sentado en el coche, me relajo. No repetiré la experiencia, son momentos en los que te transformas y no dependes de ti. Pongo el coche en marcha y voy recobrando el estado natural, a la salida del pueblo paro y me repongo con un trago de agua, el orfidal ha contribuido a serenarme. Durante la vuelta a casa, me pregunto cómo ha sido posible tanto atrevimiento, pero pasado el acontecimiento, aquí queda contado.

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