lunes, 3 de noviembre de 2014

MARÍA MORA PUIG



Viaja mi mente en tren de mercancías, moderando la velocidad, para recrearme en aquellas cosas que detiene la memoria. Y con la ansiedad de la calma, me concentro en la rapidez  del sosiego para reencontrarme con la sonrisa amable y distraída de María Mora Puig, cuyo encanto permanece en el tiempo. Son pasajes comprimidos de la vida, que envasa la retentiva para evitar muertes que dan vida. Recuerdos que no se borran y permiten a las letras esbozar aquella dulzura que desprendía María para que la amargura tenga su antídoto. Viajar a su mundo es sacarse el billete del respeto, de sensibilidad y proveer a la pasión de su ego. Evocar aquella época de reducidos tiempos me lleva a ver la majestuosidad de sus pliegues en la cara que eran el anuncio del  surco arado de la vida, para que la mirada tuviera la oportunidad de ser notaria de lo sublime. Y con la máxima delicadeza, acariciar la piel de cendal de sus manos y ya terciopelo ajado, aquel tacto trasmitía la ternura de un villancico navideño, en el camino que lleva a Belén….

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