Viaja
mi mente en tren de mercancías, moderando la velocidad, para recrearme en
aquellas cosas que detiene la memoria. Y con la ansiedad de la calma, me
concentro en la rapidez del sosiego para
reencontrarme con la sonrisa amable y distraída de María Mora Puig, cuyo
encanto permanece en el tiempo. Son pasajes comprimidos de la vida, que envasa
la retentiva para evitar muertes que dan vida. Recuerdos que no se borran y
permiten a las letras esbozar aquella dulzura que desprendía María para que la
amargura tenga su antídoto. Viajar a su mundo es sacarse el billete del
respeto, de sensibilidad y proveer a la pasión de su ego. Evocar aquella época
de reducidos tiempos me lleva a ver la majestuosidad de sus pliegues en la cara
que eran el anuncio del surco arado de
la vida, para que la mirada tuviera la oportunidad de ser notaria de lo
sublime. Y con la máxima delicadeza, acariciar la piel de cendal de sus manos y
ya terciopelo ajado, aquel tacto trasmitía la ternura de un villancico
navideño, en el camino que lleva a Belén….
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