Ayer, deprisa y corriendo,
escribía unas letras a Miguel Ángel García Melero después de conocer su muerte.
Hoy, con el eco todavía de algunas conversaciones, me apetece seguir
escribiendo de un ilustre que exhibió durante su vida la cátedra de
conocimientos propios de quien atesora virtudes que son el fundamento de la
racionalidad: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La reserva de
cimientos de todas las virtudes morales. Abrió
ese coto para que fuéramos partícipes de su magnanimidad y su grandeza. Gracias. D.E.P.
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