Llegué una mañana, muy
temprano, a saborear el café en la terraza, y miraba el gorrión desde su rama
la tristeza que embargaba mi añoranza. Su compañía evitó mi soledad y mi mirada
devolvió su gentileza, para agradecer el gesto del insigne y recrear mi
pensamiento en su nobleza. Sabía el gorrión cual era mi queja y me prestó
auxilio de excelencia; y, consumido café y tiempo, parece no acabada esa
experiencia. Habrá mañanas y soledad, y seguramente añoranza; y nos
encontraremos de nuevo como viejos en la vida que teje bien la zarza.
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