Miguel Hernández murió solo. La vida
lo transportó a la majestuosidad de la calma. La vida cruel, que no tuvo piedad
con el genio. Azarosa y amarga, le propició el ingenio, talento y sabiduría
para dejarnos obras maestras, de quien hizo de sus ideas, la libertad, y la
lucha, para evitar ataduras, que el viento del pueblo se llevaría. Dejó de
respirar para alimentar con su adiós la esperanza de ver el sol, fraguando el
sueño dorado de la espiga, la primavera de colores y la bandera de la libertad.
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