Creer a los políticos es
casi una misión imposible, da igual el color de las ideas. La clase política,
en su globalidad, es un espejismo de decencia y honestidad. Se lo han ganado a
pulso y a perpetuidad para evitar la pena de muerte. Al pueblo todavía -no
sé cómo- le queda tolerancia, aguante y mucha dosis de resignación. Algún día
llegará el fin del beneplácito porque no se puede admitir, que todos los días
asistamos impasibles a ver por donde sale el sol de la corrupción y nos
deslumbre el brillo de los escándalos. El pueblo está enraizado en la paciencia de
JOB. No estaría de más perderla.
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