Cuando uno mete el bisturí
en la vida política y los políticos, el hilo y aguja son necesarios para coser
con rapidez y evitar el hedor de un mundo corrompido. La vida política está
castrada de decencia, formación y principios, pero no de prebendas. Estos califas
que se hacen reinos a su medida, viven el día a día ejerciendo el
derecho a la prepotencia y la inmoralidad sabedores que lo sagrado es vivir
como dioses. La indecencia alcanza niveles que producen la muerte súbita de la
honestidad y permanecen en la descomposición moral como hábito cotidiano,
haciendo de ese paraninfo de la corrupción, el estatus imperialista, salarios
que no caducan, trato de favor y favor en el trato para terminar erigiéndose en
pontífices de la JAUJA.
Un atajo de sinvergüenzas con matricula de honor.
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