Vivificarse
requiere coger un libro y proporcionar a la mirada el alimento que evita
dejarte famélico de sabiduría. Leer al filósofo Ortega y Gasset es descubrir lo que él pensaba de rojos y azules o,
lo que es igual, su verdad: “Ser de la
izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el
hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la
hemiplejía moral”. O, tal vez, a Gilgamesch
y conocer “el derecho de pernada” y para consumir el ocio no iría mal tener
conocimiento a través de Kramer de
la muerte y lo inmortal. No es pueril recomendar a Hermes Trismegisto, el sabio
egipcio, para que el día laboral se convierta en fiesta de guardar. La diversidad de tantos autores hace el
menú de la lectura más ameno y, al mismo tiempo, nos trae y nos lleva para en
este viaje de la inmovilidad nos permita salir de comodidades asentadas en la
incomodidad. No es admisible olvidar a René
Descartes y su famoso principio “PIENSO,
LUEGO EXISTO”. En la vida política de la tierra no hay pensadores y se
desconoce hasta la fecha de su existencia. Y ahondar en el DISCURSO DEL MÉTODO nos llevaría a la metamorfosis del pensamiento
para que en ese renacer la duda siempre fuera la certeza. Sumergirse en ese mundo inhóspito-habitable es cuestión de no dudar
para tener la certeza de que nada es tan agreste como no abrir la puerta de un
mundo que conocido, no conoces.
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