UN
MOMENTO DE LA TARDE
No
sé si escribir esta tarde de Kafka, del Moldava que desemboca en el Elba, de
física cuántica, del psicoanálisis, de los sueños o de las frustraciones de la
vida.
Sin
café literario en la ciudad, donde el pensamiento puede explotar y reivindicar
la revolución, me refugio en el estrecho laberinto de mi despacho para evitar
la siesta y hacer posible que la mente ocupe estos momentos para que el
escritor no pierda el hábito de la dedicación al prójimo. Y navegar en este
silencio sepulcral invita a viajar al infinito, cuyo trayecto se va forjando
uno letra a letra y renglón a renglón para llegar a alcanzar la gloria que,
estando lejos, sólo cabe invitarla a pasear esta tarde a algún paraje
inolvidable, donde la quietud contemplativa mueve la esperanza de poder
compartir el elixir de la vida sin necesidad de moverse.
Tampoco
sé si dilata la tarde hacer una incursión en la vida poética de Pablo Neruda
o de Manuel Azaña, que ya consideraba tenebroso el febrero del año 1934, pero
como la tarde está aliada con la calma, qué mejor que en ese Océano Pacífico
exento de aguas revueltas, recordarles esta cita de San Agustín: “Qué mi
lector, si comparte certeza, haga el camino conmigo; si comparte mis dudas, que
busque conmigo”. Dejó también San Agustín las cinco razones por las cuales cree
en la existencia de Dios y argumenta el fundamento de la razón. Y metidos en harina, me atrae y apasiona la
vida del pensador Santo Tomás. Fue un prodigio de inteligencia y, en su mundo
de espiritualismo, define los elementos divinos y humanos, el término de
“eclecticismo”, pero me quedo con estas dos últimas aseveraciones que son
verdaderamente transcendentales: “el alma es incorruptible”. “Y la consumación
última del hombre consiste en un reposo perfecto del entendimiento y la
voluntad”. Esto es viajar al mundo de los ancestros y surcar tierras áridas
para adentrase en un mundo boscoso en el que haría falta un protector para el
alma. Aquí la tarde termina su momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario