Me
gustaba el pueblo rural, sus pintorescas calles estrechas y empinadas,
callejones con telarañas, río con maleza, caminos con piedras y zarzas y
personas sentadas en sus sillas al final de su trabajo, en las calles con sus
hábitos originarios una vez remitía el calor. Terminaban de escavar, regar y
sembrar, y ganado tenían el reposo y la charla amena. Me gustaba aquel mundo de
pureza hoy extinguido. No había sequía pero sí otros desiertos. Las dos Españas
encadenadas y separadas. Unos buenos y otros malos era la oración más
escuchada. La última etapa de la derecha mostró sin rubor la escasez de materia
gris y un mundo apocado sin miras para certificar el blanco y negro del
talento. Hoy, instalado en el poder la izquierda, sigue la misma oración y no
es el PADRE NUESTRO.
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