Parece ser que la
atmósfera está limpia, pero el dióxido
de carbono envuelve la gestión gubernamental. Demasiado sufrimiento y dolor
para callarse lo que no tiene nombre y lo que nombre tiene: más de veinte mil
muertos, los familiares moribundos, la sociedad castrada de libertad, la
libertad de expresión que es el alma de la democracia cuestionada y el país con
la cruz a cuestas de un calvario que no merece. Lo tristemente es que la realidad
causa escalofríos y se busca el mea culpa de quien tiene parte alícuota de
semejante desastre. Ahora que se habla de pactos, el de la conciencia sería
edificante.
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