martes, 21 de abril de 2020

MICRORRELATO - DEVORA Y EL DOLOR DE SU MADRE


El silencio profundo se rompía cuando Devora se levantaba, al albor de la mañana, para dar comienzo el día con la sagrada obligación de atender a su madre que, permanecía en cama con una parálisis que le impedía cualquier movimiento. La exquisita Devora perfeccionaba todos los días la ternura y el beso a su madre al amanecer y los buenos días formaban parte del calor de la fría noche. Cuando le acariciaba la mano se fundía la piel con el alma y el mimo a Gabriela era el bálsamo constante y alivio de interminables días. El desayuno, por su estado, era dificultoso, pero la paciencia de Devora superaba cualquier obstáculo. ¿Cómo has pasado la noche mamá? Los gestos de su cabeza era el anuncio de su evidente malestar. A Gabriela, con las dificultades propias de su inmovilidad, le vencía el desánimo y, solo su fe en Dios era el antídoto de su sufrimiento y la esperanza sin ella. Transcurría el tiempo al compás que su paso arrugaba una vida prolífica de buenas obras.  En las paredes de su pequeña habitación colgaban cuadros místicos del pintor Ernets Descals que escenificaban su devoción por el arte y la pasión religiosa. En su mesita de noche adornaba un viejo pergamino con el Padre Nuestro y una firma con letra ilegible. Tal vez, Gabriela tenía esculpidas en las paredes del alma las huellas de las heridas de la vida y la medicina para su cura: la solemnidad de la eternidad. Cuando le digo adiós a Devora la mirada pone atención a los pliegues de la cortina de su ventana que contrasta con la tez tersa de la octogenaria y por la  rendija de añeja madera entra un hilo de luz en la oscuridad de una vida. Cierro los ojos y se abre el misterio.

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