La vida política es un
atroje de intereses partidistas que pone de relieve el escaso interés por la
globalidad del país. Es un mundo de conveniencias para audaces calculadores y
oportunistas libres de cualquier pecado. La desmesura del colectivo propaga la
peste de la ruina y, además procuran no asentarse en la eventualidad para
macerar principios cuyos fines se basan fundamentalmente en la bicoca, sinecura
y canonjía, o lo que es igual, el apocalipsis de lo íntegro.
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