sábado, 28 de enero de 2017

TODAVÍA QUEDAN IGNORANTES



Érase una vez un sacerdote de pueblo, orondo, de aspecto dejado y de higiene sospechosa. Hablaba en la Iglesia de Jesús, de sus discípulos, de evangelios, de profetas, de la última cena y de lo importante que era dar para recibir. Era el sacerdote, cura. En el intermedio de la misa pasaba el cepillo (como manda la Santa Madre Iglesia) para que los fieles de la hipocresía esperaran el milagro de la recompensa. En ese lugar de devotos y oración en el que nadie se tapa la cara pero no se ve el alma, murieron muchos sin ella. Aquellas limosnas, en busca del maná, las utilizaba el representante de Dios en la tierra, en chupitos de Cardhu y Chivas. Todavía quedan ignorantes.   

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